Muerto de sed


Un hombre se había perdido en el desierto. Agotada la reserva de alimentos y de agua, se arrastraba fatigosamente sobre la arena caliente. De improviso vio delante de sí algunas palmeras y sintió un gorgotear de agua. Más desanimado todavía, pensó: "Esto es un espejismo. Mi fantasía me proyecta delante los deseos más profundos de mi inconsciente. En realidad no hay absolutamente nada delante de mí--- estoy perdido…". Esto se decía aquel hombre perdido en el desierto y sin esperanza y delirando se abandonó sin fuerzas al suelo y murió.

Poco tiempo después, algunos beduinos lo encontraron muerto en la arena. "¿Entiendes tú algo?" le dijo el primero: tan cerca estaba del oasis, con el agua a dos pasos y frutas en cantidad. ¿Cómo es posible? Sacudiendo la cabeza el otro le contestó: "Era un hombre moderno"... Es decir, un hombre que no sueña, no tiene esperanza, no tiene ideales y no cree en Dios.

Muchos hombres y mujeres de hoy viven pensando que Dios y el mensaje de Jesucristo son un espejismo. Una fábula, un cuento de niños. Pero como a todo hombre y mujer un día nos llega nuestro final, y que pena morirse de hambre y sed tan cerca de la fuente ¿no? Porque todo hombre tiene hambre y sed de felicidad, de verdad. Y busca la verdad y la felicidad en la tecnología, en las fiestas, en el placer, en la supuesta alegría de grandes risotadas que  no alimentan de verdad. ¿Está mal divertirse con amigos? No. No está mal en tanto no pensemos que eso es todo lo que existe y no hay nada mejor.

Lamentablemente cuando uno come demasiadas cosas supuestamente ricas terminan cayendo mal estómago. Con el espíritu pasa lo mismo. No podemos llenar el espíritu con cosas que no le dan vida verdadera. Y así muchos se pasan la vida teniendo la felicidad de Dios tan cerca, y no se dan cuenta, porque son tan modernos que creen que todo eso son cuentos de viejas…

Por eso la Iglesia nos invita a recordar a quienes nos precedieron en esta vida. Todos los días. Pero en especial durante la conmemoración de los fieles difuntos, o sea de todos aquellos que fueron bautizados en Cristo y ya fallecieron... Quizá muchos vivieron una vida cercana al Señor, pero algunos quizá la vivieron de lejos, sin involucrarse demasiado. Los recordamos y le pedimos a Dios que tenga misericordia de ellos y los tenga en su gloria y ofrecemos por ellos oraciones, pero fundamentalmente el Sacrificio de la Misa.

Si ya están en el Cielo, pues intercederán por nosotros para que nos aprovechemos de los alimentos divinos que Dios nos da por la Iglesia y no muramos de hambre y sed espiritual. Y si están en el Purgatorio, siendo purificados en su alma para poder entrar al Cielo con un traje de santidad, le pedimos a Dios que los ayude a estar muy pronto en su presencia.

Junto con nuestra oración tengamos en nuestra mente a aquellos familiares y amigos que ya partieron, con la esperanza de que un día nos reencontraremos en el Cielo, eternamente felices.

Dios te salve, María…
San José y San Leonardo…

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