Cada año, al ir concluyendo el Año Litúrgico, la Iglesia celebra el día
de Cristo Rey. Es muy significativo que la lectura del Evangelio elegida, es la
de aquel encuentro de Jesús con Pilato, poco tiempo antes de ser condenado a
muerte, cuando Jesús le dice que, efectivamente, es Rey, pero que su Reino no
es de este mundo.
Y hablando de reyes ¿conocen la historia del cuarto Rey
Mago?... Se cuenta que no eran 3 sino 4 los magos de oriente que un día vieron
una estrella y estudiándola sacaron la conclusión que un Rey Divino nacería. Y
para ir a conocerlo y presentarle sus respetos, pusieron una fecha y hora de
partida. Ese día, el cuarto mago no llegó a la cita a tiempo así que los tres
que ya conocemos se pusieron en camino. Se había demorado en comprar muchas
piedras preciosas para el Niño Rey. Afligido por su retraso, se puso en camino
solo pensando en alcanzarlos rápidamente.
Sin
embargo, en su camino se fue encontrando con diversas personas que iban
solicitando de su ayuda. Este Rey Mago las atendía con alegría y diligencia, e
iba dejándole una perla a cada uno. Pero eso fue retrasando su llegada y
vaciando su cofre. Encontró muchos pobres, enfermos, encarcelados y miserables,
y no podía dejarlos desatendidos. Se quedaba con ellos el tiempo necesario para
aliviarles sus penas y luego procedía su marcha, que nuevamente era
interrumpida por otro desvalido.
Sucedió
que cuando por fin llegó a Belén, ya no estaban los otros Magos y el Niño había
huido con sus padres hacia Egipto, pues el Rey Herodes quería matarlo. El Rey
Mago siguió buscándolo, ya sin la estrella que antes lo guiaba.
Buscó
y buscó y buscó… y dicen que estuvo más de treinta años recorriendo la tierra,
buscando al Niño... y ayudando a los necesitados que se encontraba. Hasta que un día llegó a
Jerusalen justo en el momento que la multitud enfurecida pedía la muerte de un
pobre hombre. Mirándolo, reconoció en sus ojos algo familiar. Entre el dolor,
la sangre y el sufrimiento, podía ver en sus ojos el brillo de la estrella.
Aquel miserable que estaba siendo ajusticiado era el Niño que por tanto tiempo
había buscado.
La
tristeza llenó su corazón, ya viejo y cansado por el tiempo. Aunque aún
guardaba una perla en su bolsa, ya era demasiado tarde para ofrecérsela al Niño
que ahora, convertido en hombre, colgaba de una Cruz. Había fallado en su
misión. Y sin tener a dónde más ir, se quedó en Jerusalén para esperar que
llegara su muerte.
Apenas
habían pasado tres días cuando una luz aún más brillante que la de la estrella
llenó su habitación. ¡Era el Niño-hombre de la cruz, que ahora Resucitado venía a su encuentro! El Rey Mago,
cayendo de rodillas ante Él, tomó la perla que le quedaba y extendió su mano
mientras hacía una reverencia. Jesús le tomó tiernamente y le dijo: “Tú
no fracasaste. Al contrario, me encontraste durante toda tu vida. Yo tuve
hambre, y me diste de comer. Tuve sed y me diste de beber. Yo estaba desnudo, y
me vestiste. Estuve preso, y me visitaste. Pues yo estaba en todos los pobres
que atendiste en tu camino. ¡Muchas gracias por tantos regalos de amor! Ahora
estarás conmigo para siempre, pues el Cielo es tu recompensa.”
La vida de cada ser humano es un
poco como la del cuarto Rey mago. Ojala que “perdamos el tiempo” viendo en los
demás el rostro de Jesús. Que la vida nos sirva para buscar a ese
Rey Niño, que es el mismo que un día nos encontraremos Resucitado al final de
nuestras vidas. Pueda ser que el Señor nos diga lo mismo que al mago del cuento.
Ave María…
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