Cuentan que un día Dios tomó forma de mendigo y bajó al
pueblo, a visitar a un zapatero que tenía fama de quejoso. Nunca estaba
conforme con nada.
Al encontrarlo Dios le dijo: "Hermano, soy muy pobre, no
tengo una sola moneda en la bolsa y éstas son mis únicas sandalias, están
rotas, si tu me haces el favor te pido que me las arregles."
El zapatero le dijo: "estoy cansado de que todos vengan a
pedir y nadie a dar."
El Señor entonces le dijo, "yo puedo darte lo que tú necesitas."
El zapatero desconfiado viendo un mendigo le preguntó: "¿Tú
podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?"
El Señor le dijo: "yo puedo darte diez veces más que eso,
pero a cambio de algo". El zapatero preguntó "¿a cambió de qué?"
"A cambio de tus piernas." El zapatero respondió para qué
quiero diez millones de dólares si no puedo caminar.
Entonces el Señor le respondió: "bueno, puedo darte cien
millones de dólares a cambio de tus brazos."
El zapatero retrucó: "¿para qué quiero yo cien millones de
dólares si ni siquiera puedo comer solo?"
Entonces el Señor le dijo, "bueno, puedo darte mil millones
de dólares a cambio de tus ojos."
El zapatero pensó un poco... "¿para qué quiero mil millones de
dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos?"
Entonces el Señor le dijo: "¡Ah, hijo mío! ¡Qué afortunado
eres y que fortuna tienes y no te das cuenta!"
Nosotros también hemos sido muy afortunado hoy: Hemos
despertado en una casa calentita…. Hemos desayunado… hemos visto a nuestros
familiares… teníamos ropa limpia para ponernos… alguien nos ha traído hasta el
Colegio… Tenemos posibilidad de estudiar en una Institución hermosa, limpia,
amplia, con unos jardines preciosos, con árboles y hasta pájaros que nos
reciben cada mañana… Somos muy afortunados.
Y por eso y mucho más, debemos ser muy agradecidos
de todo lo que Dios nos regala cada día. ¿Cómo no darle gracias con toda
nuestra voz? Hoy vamos a hacer un esfuerzo como agradecimiento a Dios.
Rezaremos con mas ganas que todos los dias. Que los angeles nos escuchen porque
abrimos bien nuestras bocas, otro regalo de Dios, para rezar. Padre nuestro que estás en el Cielo...
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