Hoy no les
voy a contar un cuento, sino que vamos a recordar un hecho verdadero. Este
domingo hemos celebrado un gran acontecimiento en la vida de la Iglesia: Pentecostés. Tan
importante, que un buen hombre de mi Capilla nos dio una gran lección a todos,
y desde su humildad.
Cuando terminó la Misa, y mientras cantábamos a la virgen,
el Sacerdote salió. Cuando terminó el canto, se escuchó a este hombre que dijo
¡Feliz cumpleaños! Me quedé esperando que otros dijeran algo y nadie dijo nada,
lo miraron y listo, cada uno se empezó a retirar del templo. El sonreía y
también empezó a salir. Pero iba por el centro del pasillo cantando “Que los
cumplas feliz… que los cumplas feliz….”
Todos lo miraban y le sonreían, pues es
un hombre muy alegre y siempre anda cantando, pero nadie sabía a quien le
cantaba… Hasta que dijo: “Que los cumpla
la Iglesia, que los cumpla feliz!!!”. Y
ahí comprendí. Había dado con su alegría el mejor de las meditaciones o
sermones de Pentecostés que había escuchado en mi vida.
Porque en ese
primer Pentecostés, había nacido, podemos decir que oficialmente, la Iglesia.
Las lecturas
nos contaban como había sido ese día. Estaban los apóstoles y discípulos
reunidos con la Virgen María y otras mujeres, en oración y encerrados por
temor. Y mientras oraban un ruido, como de un viento impetuoso, llenó el lugar
y aparecieron sobre las cabezas unas lenguas de fuego. Y así, bajo esos signos,
el Espíritu Santo fue derramado sobre la Iglesia que aquél día nacía. Pero
igual que un niño cuando nace, lo primero que hace es abrir la boca para que
todos lo escuchen. Ese día, los apóstoles salieron a comunicar la buena noticia
de que Jesús, que había muerto, luego de tres días había resucitado. Y que esa
resurrección era la primicia de lo que también nos tocará a cada uno de
nosotros. Y dice la lectura que la gente se sorprendió por el ruido y cada uno
lo oía hablar en su propia lengua. El ruido no era ya el viento, sino la
predicación, el testimonio.
Y eso debe
ser todo cristiano de esta Iglesia cumpleañera. Debe ser como el viento, que
hace ruido, que aunque no se vea muestra sus consecuencias. El viento sopla y
los árboles bailan y aplauden sus hojas. ¿Cómo vivimos nuestra pertenencia a la
Iglesia? ¿Salimos a la calle de nuestros entornos a soplar o seguimos
encerrados por miedo? ¿Somos brisa fresca para nuestras familias, amigos,
compañeros y profesores? ¿O somos pobres torbellinos y vientos zonda que a
nadie le ayuda?
Pidamos a
María, que ese día acompañaba a los Apóstoles, que pida al Espíritu Santo que sople
sobre nosotros, sobre nuestro Colegio, para que seamos testimonio cristiano que
atraiga al otro a la amistad con Dios.
Ave María….
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